¿Queremos a todos los hijos e hijas por igual….?
¿Queremos a todos los hijos e hijas por igual….?

Si a las características de los hijos e hijas y a las historias de los padres y madres le sumamos distintas circunstancias, la educación en la diversidad está servida en casa.
¿Quiere usted a sus hijos e hijas por igual? La respuesta de la mayoría será afirmativa. Efectivamente, el amor a nuestros hijos e hijas -entendido como el deseo de buscar su bienestar en cada momento- es una emoción que nace de la igualdad. Anhelamos lo mejor para ellos y ellas, que estén sanos, que vivan felices, que sepan desenvolverse en su futuro, que sean prósperos. El amor es una emoción positiva e intensa que abarca a todas las personas por igual, no importa el número de hijos e hijas que se tenga. Dicho lo cual se acabó la igualdad.
El impulso de apego, la tendencia de los niños y niñas a buscar nuestro amparo, requiere que les eduquemos en función de sus necesidades. Una persona insegura precisa un apoyo especial para vencer el miedo. El bebé o la bebé con inquietud para tranquilizarse y, si es alegre, nos costará más trabajo ponerle límites. Establecemos con cada hijo e hija un tipo de vínculo único e irrepetible. Por otra parte, los padres y las madres también tienen su personalidad y vienen con su propia historia. Hay progenitores pacientes, inquietos, inseguros o alegres, también. A veces, se sincronizan a las mil maravillas, el problema surge cuando los bagajes personales de los padres y las madres no armonizan con los rasgos o las necesidades del niño o la niña creando una interacción más complicada.
Si a las características de los hijos e hijas y a las historias de los padres y madres le sumamos las circunstancias diferentes en las que cada uno de nuestros retoños nace, el cóctel de la educación en el respeto a la diversidad de cada cual está servido dentro de las paredes de nuestra casa. Mauro nació cuando su madre acababa de perder a su propio padre, ella se apegó al niño en exceso para superar el duelo. Ahora está aprendiendo a dejar a su «niño mimado» su espacio de autonomía. Aunque no se suele admitir en voz alta, lo normal es que los padres y las madres tengamos preferencias, no basadas en el amor, sino en la afinidad: «Es igualito que yo».
El mito de la igualdad
A pesar de lo dicho, en casa los niños y las niñas reclaman igualdad. Marta quiere el mismo juego de cálculo que han comprado a su hermana mayor. Su padre y su madre saben que pronto acabará en una esquina porque a ella lo que le gusta son los pinceles y los cuadros, ¿no cree que el trato igualitario -comprar el juego- crearía desigualdad? Lo que Marta necesita es saber que sus gustos artísticos son tan valorados como los matemáticos de su hermana.
Es humano sentir mayor afinidad con un hijo o hija, lo inapropiado es demostrar esa predilección sin cautela, haciendo una diferencia con los demás, relegando o menospreciando consciente o inconscientemente al hijo o la hija «no preferido o preferida». Aquí no sólo se compromete la salud y bienestar del niño o la niña, sino que se pone en juego toda la estabilidad familiar.
¿Qué podemos hacer?
Aceptarlo. Los padres y las madres no somos personas perfectas, sino guías y el simple hecho de ser conscientes de nuestras predilecciones nos ayudará a ser más sinceros con nosotros mismos y más realistas con nuestros hijos e hijas. Reconocer que la relación con un hijo o hija es más fácil que con otra o al contrario, sin culpabilidad nos impulsa, paradójicamente, a seguirlas queriendo por igual. La culpa es enemiga de amor.
Comunicación positiva. Puedo sentir enfado porque mi hija o hijo viste de una manera que a mí no me gusta, pero debo expresarlo sin juicios negativos hacia su persona. De esta manera, los hijos e hijas sienten que pueden ser como sienten en verdad y no lo que nosotros esperamos de ellos y ellas. Es indispensable corregir sin herir. Mejor ser personas constructivas , que violentas.
Atender a las necesidades diferentes. A veces, ante la misma situación, un hijo o hija necesita que se le escuche o que se le de un abrazo. Tener en cuenta que son diferentes incluye estudiar en colegios distintos, hacer otros deportes o actividades extraescolares y tener amistades propias con quien puedan sentirse felices.
No comparar. Sabemos que son diferentes, pero no hay que comparar porque eso produce una gran herida emocional en el niño o la niña que está formando su personalidad. Cada cual es como es. La única comparación válida es dentro de su propio desarrollo como persona, ver como progresa, sus adelantos y esfuerzos, etc.
No idealizar a ninguno de los hijos o hijas. El idealizado o idealizada siente que tiene que cumplir con los mandatos familiares y siente exigencia y tensión. El desvalorizado o desvalorizada puede sentir que no vale nada. Es mejor tratar a cada cual como es.
El amor es una emoción adaptativa y, por lo tanto, flexible para acoplarse a las personas que amamos. Desde este enfoque, el trato diverso y ajustado a cada uno de los hijos e hijas es una realidad necesaria y más común de lo que se piensa. Esto no supone una discriminación o favoritismo de entrada. Significa que cada relación padre-hijo/hija o madre-hijo/hija es un universo en sí misma.
Otros mitos que ocurren en la familia
TODOS LOS HERMANOS O HERMANAS DEBEN RECIBIR LO MISMO:
Deben tener las mismas oportunidades, pero cada cual necesita cosas diferentes para convertirse en una persona independiente.
HAY QUE PROTEGER AL NIÑO NIÑA MÁS DÉBIL:
La sobreprotección del vulnerable lo hace más débil y puede acrecentar los celos y la rabia del resto. Si un hijo o hija tiene dificultades es mejor fomentar la solidaridad.
LOS HERMANOS Y HERMANAS TIENEN QUE LLEVARSE BIEN Y SER AMIGOS:
Existe la rivalidad entre hermanos y hermanas. No tienen que ser amigos, pero sí fomentar el respeto.
LOS NIÑOS y NIÑAS NO DEBEN TENER CONFLICTOS:
Las peleas entre hermanos y hermanas son normales. En la medida de lo posible hemos de enseñarles a llegar a acuerdos.
Isabel Serrano y María Ramos (Psicólogas)
Artículo publicado en el periódico EL Mundo